Hola Flavia,
Tiempo sin escribirte. Qué mal hábito el mío, no lograr construir nuevos.
Hoy quería contarte un cuento, de esos como los que te gusta leer en las noches antes de dormir. Le pondré un par de fotos para que nos recuerde a ambas cómo los gráficos te llaman tanto la atención, tanto que a veces nos quedamos en la misma página momentos largos riéndonos, como la del Pato Donald con los limones que se le cayeron.
El cuento que quiero contarte no comienza con un Había una vez porque como todas mis cartas a ti se trata de cómo nos vamos construyendo y guiando ambas.
Solamente creciendo nos podemos dar cuenta lo lindo que es poder llegar a nuestra casa. Ese lugar en donde andar en pijama todo el día está permitido y que encierra tantos detalles, historias y momentos maravillosos volviendo esas cuatro paredes y techo, un hogar.
El día en que tu papá y yo nos casamos, nos fuimos a nuestra casa a dormir y desde ese día comenzamos a construir nuestro hogar y cómo en mis votos a él ese mismo día, en dónde le contaba un poco todo lo que quería para nosotros en el futuro, le dije: “Nos deseo silencios (que son tan necesarios), sólo para que un día sean llenados con la risa de los hijos corriendo por nuestra casa”. Y así fue y así sigue siendo. Llenas todos los silencios mi pequeña.
La noticia de tu venida nos tomó por sorpresa un domingo en la noche, la cara de emoción de tu papá nunca la olvidaré y de seguro él no olvidará la desesperación que se apoderó de mi pensando en qué aventura nos estábamos embarcando y qué iba a hacer yo siendo MAMÁ. Yo, que aún me tropiezo con mis propios pies, pasé en shock los nueve meses y aún siento a veces que no tengo mayor idea de qué estoy haciendo (peor si es que lo estoy haciendo bien). Pero así vamos, tu aprendiendo a ser y yo también.
La casa te recibió con una cuna color pino y un cuarto pintado por tu papá, tu tío Ernesto y yo de un verde agua lindísimo y decorado con animalitos. Tenía una mecedora que sería nuestra mejor amiga durante largas horas de lactancia y algunos muebles más que complementaban lo que sería necesario para pues, sobrevivir a ti.
Allí aprendiste a caminar hasta llegar a corretear a Rania, subiste y bajaste sus escaleras poniéndonos los nervios de punta, abrías y cerrabas las puertas, ibas con un carro a la velocidad de la luz de un extremo al otro y nos acompañaste varias veces a cocinar. Te caíste, te levantaste, comiste, te enfermaste, te sanaste, te dormiste, te levantaste (todas) las madrugadas y tantas tantas cosas más que no caben en esta carta pero que nos llenarán para siempre el corazón.
El cuarto de televisión de tu papá se volvió tu cuarto de juegos, ese lugar sagrado para él en el que estaba “prohibido bailar” pero en el cual los tres llegamos a cantar a todo pulmón La Vaca Lola y el Sapo Pepe.
Alrededor del mesón de la cocina que no entraban más de tres personas, llegamos a estar casi veinte conversando y riendo, celebrando alguna ocasión especial o el simple hecho de estar juntos.
La casa que se construyó y que en los cimientos se quedó con medallitas de San Benito y unas cuantos centavos, según una fórmula entre esotérica y católica que se le ocurrió a esta loca que te escribe, nunca fue pensada con el ESPACIO que una personita como tú necesita y nos quedó muy chiquita muy pronto. Esa casa es ahora de una pareja que apenas entró a conocerla la amó tanto como nosotros la amamos y nos partió el corazón al venderla.
La casa en la que naciste ya no es nuestra, pero me gusta pensar que nuestro hogar sigue intacto. Es ese el que seguimos construyendo día a día, juntos siempre y avanzando.
Te amo,
Tu mami